La cuestión del Estado y el estado de la cuestión

Posted on Jun 24, 2015 in Buenos Aires, Estado
La cuestión del Estado y el estado de la cuestión

Por Carlos Cowan Ros, investigador CONICET – UBA y miembro de la red CONTESTED_CITIES

El Estado es un tópico recurrente de reflexión y debate, tanto para la comprensión de su configuración y funcionamiento, como para la definición de acciones orientadas a su transformación. Sin duda alguna, ese lugar lo ocupa como efecto de las fuentes de poder que en él se gestan y que bajo su investidura se ejercen, constituyendo dispositivos esenciales para la reproducción y cambio del orden social. Preguntas como qué es el Estado, quiénes lo integran, cuáles son sus límites, qué mecanismos intervienen en su producción, cómo se definen sus prácticas y cómo se explican las frecuentes contradicciones de su accionar, reemergen y nos interpelan cuando tratamos de explicar cómo las acciones estatales generan desigualdades sociales o de definir acciones políticas para transformarlas.

   El modo como pensamos y enunciamos las cosas, no sólo interviene en la forma como existen socialmente, sino que nos abren caminos (y nos cierran otros) para su análisis e intervención. En este texto, me propongo reflexionar sobre las formas como pensamos al Estado y cómo éstas nos condicionan en la comprensión de su constitución y funcionamiento. Para ello, retomo uno de los modos habituales como es enunciado e imaginado y lo pongo en relación con problematizaciones y sugerencias realizadas por autorxs que, desde la Antropología de la Política, están realizando aportes para tener una comprensión más acabada de eso que llamamos “Estado”.

   El pensamiento o imaginario social y el académico han estado históricamente imbricados, siendo difícil establecer determinaciones entre las categorías de pensamiento que se gestan en uno y en otro. Quienes actuamos en el ámbito académico, solemos retomar y conceptualizar nociones que circulan en el lenguaje coloquial, siendo, en algunos casos, reapropiadas (y resignificadas), por el resto de la sociedad. Estado podría ser considerada como una de esas nociones, siendo extenuante el desafío de sumergirse en su genealogía. De ahí, que opte por centrarme en su conceptualización contemporánea, a partir del Siglo XX.

  Las conceptualizaciones sobre el Estado realizadas por los clásicos de las Ciencias Sociales también pueden registrarse en el imaginario colectivo. Émile Durkheim recuperó la distinción entre sociedad política y Estado, instaurada por los filósofos liberales. A la primera la entendió como el agregado de grupos sociales que integran una sociedad y que están sometidos a la autoridad soberana de un grupo político, el Estado. A éste lo interpretó como el órgano más eminente de la sociedad política, cuya función es pensar en lugar de la sociedad y dirigir la conducta de los individuos a través de producir e imponer representaciones y voliciones colectivas, en pos del interés común. Reconoció la complejidad de los órganos de gobierno y propuso reservar y acotar la categoría Estado para el grupo de decisores políticos y diferenciarlo de los grupos secundarios o “administraciones” que ejecutan las definiciones – las órdenes- de los primeros (Durkheim, [1912] 2000).

   Max Weber fue quien propuso la definición de Estado más referenciada en las Ciencias Sociales. Definió al Estado moderno como “una asociación de dominio de tipo institucional, que en el interior de un territorio ha tratado con éxito de monopolizar la coacción física legítima como instrumento de dominio, y reúne a dicho objeto los medios materiales de explotación en manos de sus directores” (Weber, [1922]2002:1060). La burocracia, entendida como lógica organizativa y de funcionamiento basada en la racionalidad instrumental, en la impersonalidad y en la división y profesionalización del trabajo, constituía otra característica distintiva del Estado, en cuanto institución moderna en expansión (Weber, 2000).

   Entre los clásicos de la tradición marxista destacan los aportes de Karl Marx ([1845] 1974), Fredrick Engel (2006) y Vladimir Lenin (1917). Focalizaron en el carácter histórico y clasista del Estado, al asumirlo como instrumento de cohesión y dominación en el marco de la (re)producción de una formación social específica. En oposición a la filosofía liberal, que ponía en relación al Estado con el interés común de la sociedad, en la tradición marxista el Estado fue concebido como un componente de la superestructura social al servicio de la clase dominante. En el ejercicio de ese poder, el Estado como aparato institucional se iría ampliando, especializando y diferenciando del resto de la sociedad.

   Más allá de las diferencias conceptuales y de foco, entre estos autores puede observarse cierta convergencia en concebir al Estado como una entidad de control social y disociada de la sociedad. Con relación a la primera característica, los tres autores reconocieron el poder ejercido por el Estado en el dominio de la población, para la imposición de un determinado orden social. En cuanto Durkheim y Weber observaron que su objetivo último era el bienestar común, en la tradición marxista se evidenció la instrumentalización de poder estatal en beneficio de un clase social (la burguesía) por sobre otra (proletariado). En lo que respecta al ejercicio del poder estatal Weber destacó la violencia física, Durkheim su capacidad de imponer formas de pensar y concebir la realidad (violencia simbólica), en cuanto los teóricos marxistas integraron ambas dimensiones en la comprensión del dominio estatal.

   Pensar al Estado como una entidad substantiva, autónoma y situada por encima y por fuera del resto de la Sociedad fue la otra característica en que convergieron los autores antedichos. En cuanto Durkheim optó acotarlo a las elites conductoras del mismo, los otros autores lo expandieron a la totalidad de miembros del complejo institucional estatal.

   La idea de Estado como una entidad de control social, autónoma y diferenciada del resto de la sociedad se afianzó y domina el pensamiento social y académico. Esa imagen se refuerza cuando se lo concibe como un “actor”, que piensa, planifica, enuncia y actúa, es decir le atribuimos propiedades de pensamiento y comportamiento humanas –fetichización- (1). Sin embargo, esta idea es tensionada frecuentemente por la realidad que nos rodea. En primer lugar, se torna dificultoso definir qué es el Estado, a partir de establecer sus límites y quiénes lo integran y lo (re)producen, es decir si la totalidad de los funcionarios y empleados estatales, solo quienes integran el grupo gobernante o la totalidad de la sociedad. De hecho, quienes somos empleados estatales experimentamos a menudo la ambigüedad de integrar (¿pertenecer?) a agencias estatales, pero también a movimientos sociales. En segundo lugar, las sistemáticas contradicciones de los representantes y de las prácticas estatales, nos enfrenta a la inconsistencia de pensar al Estado como un cuerpo orgánico y coherente. Quienes ocupamos cargos estatales administrativos o técnicos, no solo solemos estar en desacuerdo con las directrices políticas, sino que se nos presentan oportunidades para redefinirlas, desviarlas o desactivarlas desde nuestros accionar laboral.

   La idea substancialista y fetichizante del Estado comenzó a ser tensionada con la difusión del marxismo en las Ciencias Sociales, en la década de 1960. La publicación y difusión de la obra de Antonio Gramsci renovó el abordaje del Estado al reconocer la necesidad de pensarlo en su interacción con y como parte de la Sociedad Civil (2006). Esta premisa fue retomada y profundizada por Louis Althusser y Nicos Poulantzas quienes propusieron interpretar al Estado como una poderosa institución conformada por aparatos de estado (represivos e ideológicos), capaz de definir la distribución de diversos recursos (ideológicos, económicos, políticos, etc.) al interior de la sociedad – poder de estado-, motivo por el cual su conducción es disputada – lucha política- por diferentes grupos sociales (Althusser, 1994 y Poulantzas, 2007). El Estado más que como un “actor” o como una “entidad”, comenzó a ser pensado como un “espacio”, una arena de disputas en la que convergían diferentes actores, en un campo de fuerzas específico, para disputar el control de las fuentes de poder que en él se gestan.

   Philip Abrams ([1977] 1988) fue otro autor que aportó a construir otra forma de pensar lo estatal. Retomó la idea marxista de que el Estado, lejos de ser una entidad concreta y substantiva, es una idea, un proyecto ideológico. La noción de Estado como una entidad sustantiva y autónoma, más que una realidad empírica es el resultado de la imposición de una representación hegemónica, que al hacerla propia contribuimos inconscientemente a reproducir. Para superar ese sesgo, propuso analizar relacionalmente dos dimensiones de lo estatal: la institucional y la simbólica. En el análisis institucional propuso diferenciar: i) sistema-estado: complejo de instituciones de control político y ejecutivo y ii) elite-estado: conjunto de personas que operan desde esos ámbitos institucionales. La forma en que las agencias estatales y los sujetos se relacionan entre sí y con otros elementos de la sociedad daría lugar a la producción del Estado. En esta dimensión analítica el Estado sería el conjunto de poder político institucionalizado. La dimensión simbólica propuso abordarla a través de la idea-estado, interpretada como un proyecto ideológico, factible de ser estudiado en cada contexto histórico a partir de las formas en que es pensado y representado y los modos como se comunica e impone esa representación en la sociedad.

   Desfetichizar al estado (ahora escrito con minúscula) pasó a ser el nuevo desafío para su comprensión y transformación. También fue la tarea asumida por quienes desde la Antropología de la Política han adherido al giro interpretacionista operado en las Ciencias Sociales a partir de las últimas décadas del Siglo XX. Implica desestimarlo como una unidad de análisis objetiva, material y universal, es decir con trazos comunes en todas las sociedades y contextos. Lejos de pensarlo como una entidad definida y acabada y opuesta a la sociedad, se convoca a concebirlo en continua (re)definición, producto de las heterogéneas representaciones y prácticas que despliegan los actores sociales, tanto los que operan desde ámbitos estatales como quienes lo hacen desde los no estatales. Todos participamos de la producción de lo estatal, pero desde diferentes posiciones y con diferente capacidad (o poder) de influir en su configuración.

   Ahora bien, esta forma de pensar y concebir al estado qué aspectos de su configuración y accionar nos permite comprender, que permanecen eufemisados en la otra concepción. Pensar lo estatal como una arena y comprender su producción a partir de la heterogeneidad de representaciones, prácticas y procesos intervinientes, posibilita restituir la ambigüedad y la contracción al seno de la estatalidad. En el análisis institucional la heterogeneidad se objetiva tanto al interior de cada agencia estatal, según la diversidad de actores, representaciones y prácticas intervinientes, como entre las diferentes agencias en las que se organiza la institucionalidad pública (poderes públicos, ministerios, institutos, etc.) que gozan de relativa autonomía y margen de acción. En el caso de los países con sistemas de gobiernos federales o descentralizados fácilmente nos podemos encontrar en una misma unidad espacial agentes vinculados a agencias pertenecientes a diferentes niveles estatales (nacional; provincial o municipal) interviniendo en el territorio sobre las mismas temáticas. Hablar en términos de “el Estado” es demasiado restrictivo y homogeneizante para referir la heterogeneidad de instituciones, actores, prácticas y procesos que encarnan lo estatal. Para corregir ese sesgo semántico sugiero pensar y hablar en términos de “estatalidades” para restituir a lo estatal la pluralidad y heterogeneidad que lo constituyen.

   Pensar lo estatal como una arena e incorporar a las prácticas sociales en la comprensión de su producción, por un lado, posibilita reconocer la (diferente) capacidad de los actores para disputar su configuración y, por otro, evita relaciones lineales entre el accionar de los actores y los objetivos institucionales de los ámbitos desde los que operan. Las personas circulan por diferentes ámbitos institucionales (estatales o no estatales) y pueden estar vinculadas a instituciones que se encuentran en contradicción.

   Para captar dicho fenómeno, diferentes autorxs convocan a desplazar el foco de análisis de la institucionalidad pública hacia las redes sociales que atraviesan y articulan lo que socialmente es pensado como “estatal” y “no estatal”. Así, se pone en evidencia la porosidad y fluidez de los límites de “lo estatal” y se (re)conoce la diversidad de procesos intervinientes en su producción.

   Ese espacio ambiguo entre lo estatal y lo no estatal es considerado clave pro algunos autorxs para comprender la producción de lo estatal. Veena Das y Deborah Poole nos convocan a pensar los márgenes del estado, entendidos como aquellas instancias en que las leyes y las prácticas estatales son colonizadas por otras formas de regulación que emanan de las necesidades urgentes de las poblaciones y, en consecuencia, se redefine todo el tiempo los modos de gobernar y legislar. En contraposición a las perspectivas centradas en la dimensión institucional, que parten de las prácticas y lenguajes estatales, las autoras proponen pensar la producción del Estado a partir de las prácticas políticas cotidianas de las personas y observar sus efectos en la producción de “lo estatal”. Los márgenes del Estado pueden pensarse de tres formas: i) los espacios físicos en los que el Estado aún debe penetrar; ii) los espacios, formas y prácticas a través de los cuales continuamente el Estado es experimentado como deshecho en la ilegibilidad de sus propias prácticas, documentos y palabras y iii) como el espacio entre los cuerpos, la ley y la disciplina o biopoder. Desde esta perspectiva indagan sobre cómo las prácticas y políticas de vida de los sujetos modelan las prácticas de regulación y disciplinamiento que constituyen lo que se suele llamar de “el Estado”. El interés en los márgenes radica en que son espacios de “creatividad”, pues en ellos el (re)hacerse tanto de lo “estatal” como de lo “no estatal” se expresa con mayor claridad producto del encuentro de ambos (Daas y Poole, 2008). Este enfoque nos permite aprehender cómo lógicas que se gestan en ámbitos no estatales puede permear e intervenir en la producción de lo estatal. Por ejemplo, cuando reivindicaciones de movimientos sociales son institucionalizadas en políticas públicas o cuando dirigentes sociales asumen cargos estatales. También nos orienta a reflexionar cómo las lógicas estatales pueden formatear las prácticas de los movimientos sociales, redefiniendo sus lógicas organizativas, de participación e, incluso, sus agendas.

   Redefinir las formas en que pensamos lo estatal, impacta en nuestra interpretación de las políticas públicas. La concepción racional, lineal y descendente (“arriba à abajo”) en el proceso de formulación y ejecución de políticas públicas, que circunscribe la capacidad de agencia a los decisores políticos, es otro de los aspectos problematizados. Ya no es posible restringir a los agentes estales la capacidad de intervenir en la génesis y ejecución de las políticas públicas, desconsiderándose la capacidad de resignificación de los técnicos estatales y de los destinatarios. La génesis y ejecución de la política pública no es pensada como dos momentos disociados, conforme rezan los manuales operativos. La política pública se encuentra en continua (re)definición a través de las negociaciones y disputas que establecen los diferentes actores –estatales y no estatales- que intervienen a lo largo de su ciclo. Desde este prisma, podemos entender por qué una generación de políticas que fueron concebidas bajo el paradigma neoliberal adquiere formatos y expresión diferentes en cada sociedad, incluso cuando se aduce que adhieren al mismo paradigma.

   Por último, abordar el análisis de las prácticas estatales a partir de las representaciones y lógicas de acción de los sujetos sociales es otro camino para comprender los procesos de producción y ejercicio de la ciudadanía. Al situar el foco analítico en las vivencias y sentidos que le otorgan los sujetos sociales a sus derechos y la forma en que éstos se institucionalizan en la esfera estatal aporta a la comprensión del proceso de construcción y objetivación de la ciudadanía en cada sociedad. Es una opción analítica que en vez de partir de una definición a priori y universal de ciudadanía, sitúa su comprensión en los procesos de disputa y construcción que emergen en cada país, conforme las configuraciones societarias, étnicas y culturales que existen en los mismos.

   En resumen, esta nueva forma de pensar lo estatal nos ayuda a superar lecturas conspirativas del Estado, que no pueden dar cuenta de su permeabilidad, contradicciones y ambigüedades. Propone pensar lo estatal como un espacio abierto, en continua formación y permeado por diferentes visiones e intereses que inyectan heterogeneidad y contradicciones, pero que a vez se ordenan y jerarquizan dentro de los complejos estatales.

 

 

Notas

(1) Fetichización suele entenderse al acto (o resultado del acto) de transformar propiedades, relaciones y acciones humanas, en propiedades, relaciones y acciones de cosas producidas por el hombre, objetos que se han vuelto independientes (y que son imaginados como originalmente independientes) del hombre y gobiernan su propia existencia.

Referencias

Abrams, Philip, 1988. Notes on the difficulty of studying the State. Journal of Historical Sociology, v. 1, n°1:58-89.

Althusser, Louis. 1996. Ideologia e aparelhos ideológicos de Estado. Notas para uma investigacao. En: Zizek. (org.). Um mapa da ideologia. Rio de Janeiro: Contraponto. P. 105-142.

Das, Veena y Poole, Deborah. 2008. El estado y sus márgenes. Etnografías comparadas. Cuadernos de Antropología Social, n° 27, p. 19-52.

Durkheim, Emile. 2000. Lecciones de Sociología. Ediciones ElAleph.

Engels, Fredrik. 2006. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Madrid: Fundación Federico Engels.

Foucault, Michael. Seguridad, territorio y población. Buenos Aires: Fondo de la Cultura Económica.

Gramsci, Antonio. 2006. State and Civil Society. En: Sharma y Gupta. The Anthropology of the State. A reader. UK: Blackwell Publishing.  P. 71-85.

Lenin, Vladimir. 1917. El Estado y la Revolución.

Marx, Karl y Fedrik Engels. 1974. La ideología alemana. Barcelona:Grijalbo.

Poulantzas, Nickos. 2007. Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. México: Siglo XXI.

Weber, Max. 2000. ¿Qué es la Burocracia? Ediciones ElAleph.

Weber, Max. 2005. Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. Madrid: FCE.

 

[1] Por fetichización suele entenderse al acto (o resultado del acto) de transformar propiedades, relaciones y acciones humanas, en propiedades, relaciones y acciones de cosas producidas por el hombre, objetos que se han vuelto independientes (y que son imaginados como originalmente independientes) del hombre y gobiernan su propia existencia.

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