La ciudad y las protestas en Sofía – entre lo cotidiano y lo extraordinario

Posted on Mar 11, 2014 in crisis, democracia, espacio público
La ciudad y las protestas en Sofía – entre lo cotidiano y lo extraordinario

Por Stoyanka Andreeva Eneva, licenciada en Antropología social y cultural, y actualmente cursando máster en Antropología de orientación pública. Sus intereses principales dentro de la antropología urbana son la  gentrificación, la arquitectura participativa y la construcción de la interculturalidad en la ciudad.

Las protestas contra el gobierno empezaron el 14/06/2013 en Sofía, provocadas por el nombramiento del nuevo director de la Agencia Nacional de Seguridad. Su nombre se había convertido en símbolo de corrupción y abuso de poder y en sus manos se concentraba una cantidad inaudita de recursos mediáticos, políticos y policiales. Aunque las protestas le presionaron a dejar el puesto, el rechazo al gobierno, subordinado a las necesidades de unos pocos privilegiados, se siguió manifestando en la plaza delante del Parlamento. En octubre, un grupo de estudiantes ocupó la mayor aula de la Universidad de Sofía, sumándose a la petición de dimisión del gobierno. La ocupación resistió durante tres meses y las protestas, aunque debilitadas, no han cesado a día de hoy.

Se trata de un proceso complejo con intensos debates y divisiones internas y expuesto a críticas externas, lo cual provocó discrepancias entre los activistas pero también contribuyó a la emergencia de una nueva ¨ cultura de la protesta¨, caracterizada por la capacidad organizativa y contestataria de los ciudadanos y la apropiación y el uso del espacio público.

La relación de la protesta con la ciudad se manifiesta a través de una serie de aparentes contradicciones como, por ejemplo, la urgencia y la espontaneidad de las manifestaciones vs. su larga duración, el uso del espacio abierto (la plaza y las calles) vs. la ocupación y el cierre de la universidad, la misma existencia de la protesta como una situación de excepción e incertidumbre vs. la repetición diaria que termina ritualizando la protesta y convirtiéndola en un hábito.  A través de estas oposiciones se analizará la forma en la que las concentraciones diarias y la ocupación de la Universidad se inscriben en la ciudad, se adaptan a ella o la cambian.

Urgencia – Paciencia

En los llamamientos diarios de salir a la plaza delante del Parlamento, en el grito ¨ Dimisión¨ que reunió a miles de personas en ella, en la ira y la insumisión que se apropiaron de este espacio se sentía la ansiedad de actuar en seguida, la desesperación de que no había tiempo que perder. El mensaje que se transmitía a los que todavía no habían acudido era  ¨ El momento es ahora. Os necesitamos ahora. ¨ Los  estudiantes también convirtieron en su lema el ¨Si no somos nosotros, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo? ¨ Pero aunque cada día de la protesta se viviera como un posible momento decisivo en el que estaban puestas muchas expectativas, al mismo tiempo se observaba una paulatina movilización para resistir durante un período largo.  Se produjo un traslado de la vida cotidiana a la plaza que empezó llamando a los protestantes a tomar su primer café del día ahí (antes de acudir al trabajo, universidad…). Fue una forma de apropiarse de la plaza y manifestar que ¨este también es nuestro espacio, no nos moveremos, trasladaremos nuestra vida aquí ¨. Esta estrategia se extendió también a otros ciclos habituales de movimiento de personas :  las vacaciones y la playa también encontraron su lugar delante del Parlamento (se instalaron piscinas hinchables y tumbonas para que los protestantes pudieran disfrutar del verano igual que los diputados)  y una de las manifestaciones más numerosas fue convocada por la comunidad búlgara en el extranjero bajo el lema ¨ Volvemos para la dimisión ¨, coincidiendo con el viaje que muchos realizaron para regresar a casa por Navidad.

Esta dicotomía entre lo cotidiano y lo extraordinario está reflejada también en la relación entre manifestantes y policía. Están, por un lado, los numerosos intentos de sorprender a la policía, de ponerla en una situación imprevista, de burlarse de sus reacciones y decisiones ilógicas provocadas por el nerviosismo de no saber actuar en este nuevo contexto. Pero la confrontación que se lleva a cabo día tras día finalmente  lleva a una normalización y conversión en cotidiano y familiar al acto de ponerse unos en frente a otros, a ambos lados de las vallas. Lo refleja un post en el blog de los ¨ estudiantes despiertos¨(el nombre del grupo de estudiantes que ocupó la Universidad) llamado ¨ Mientras nos empujamos, hablamos ¨ y dedicado a los diálogos entre policía y estudiantes que algunas veces terminaban en (el deseo de) compartir un descanso, una taza de té o un cigarrillo que les convirtieran por un momento simplemente en dos ocupantes  habituales de la plaza. Esta imagen estuvo muy presente en el inicio de la protesta cuando existía una complicidad tácita entre policía y manifestantes que se hacía visible a través de pequeños gestos de apoyo mutuo.

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Espacio abierto – espacio cerrado

Desde el primer día de la protesta, la plaza delante del Parlamento se convirtió en el espacio por excelencia para mostrar el rechazo hacia los que estaban dentro de él y  pedir su dimisión. Con el tiempo y el refuerzo de la presencia y represión policial, la protesta adoptó también otra función, la de defender el derecho de estar en la plaza, disputar este espacio a la policía, incluso apropiarse de las vallas como espacio de expresión.

Muchas acciones que llevaron a cabo los ¨estudiantes despiertos¨ también consistían en salir de la universidad para ocupar la ciudad a través de la expresión, la imagen y el discurso. Buscaban interpelar e impactar, apropiándose de  espacios ¨ neutrales ¨  en la ciudad.  El bloqueo de calles para proyectar un vídeo, relacionado con la protesta, el uso de formas de expresión habituales en la ciudad como grafiti o carteles, la creación de un ¨ logo¨ del grupo y su difusión por la ciudad representaban una ocupación simbólica de ésta. Las marcas que quedaron esparcidas por Sofía fueron también un espacio reconquistado para la protesta, un diálogo ¨ en diferido¨  entre protestantes y transeúntes. En este sentido, la apropiación del espacio fue también la apropiación de la (auto)representación. En vez de contar con los medios de comunicación tradicionales, la protesta construye sus propios canales de comunicación (retransmisión en vivo de las protestas, uso de las redes sociales en Internet, edición de un periódico y, a cada esquina que estimen oportuna, una señal que recuerde el motivo y la identidad de la protesta).

La universidad ocupada, a su vez funcionaba no solo como un espacio de insumisión, sino también como un lugar para el debate, para la formulación de alternativas y propuestas. Ocupar no fue solo un apoyo de la protesta contra el gobierno, sino además una transformación de la forma de organizarse de los movimientos estudiantiles. Las asambleas diarias y la toma de decisiones participativa y horizontal fueron una innovación en el modo de actuar de los  estudiantes que reivindicaban su derecho a repensar el Estado y la Universidad.

En cuanto a la organización diaria, para garantizar la supervivencia de la ocupación se tuvieron que consensuar normas de comportamiento y medidas de seguridad. Dado que la policía no tenía derecho (ni permiso del Rector) a acceder a la Universidad, los mismos estudiantes ocupadores desarrollaron mecanismos de vigilancia, que derivaron en un control y reprobación de comportamientos indeseados mucho más fuertes que en la plaza, controlada por la policía. A pesar de la seguridad garantizada y el apoyo del que gozaban los estudiantes como colectivo que revitalizó la protesta, su status de ocupadores les situó en una posición ambigua entre la ilegalidad y la rebeldía legítima y también convirtió la universidad en un lugar de debate y protesta menos visible y accesible que la plaza.

Excepción – costumbre

El persistente deseo de cambio que sigue atrayendo gente hacia la plaza también contiene en sí varias contradicciones y paradojas. Cuanto más dura la protesta, más esperanzas tienen los participantes en ella de ser oídos, de convencer que no se trata de un descontento pasajero, que no se darán por vencidos. Sin embargo, la larga duración también se convierte en una oportunidad de resistencia para el gobierno, de aprender a vivir en un constante estado de sitio y movilizar los medios que están a su alcance para debilitar, dividir y desacreditar la protesta.

Así, acudir a la plaza se convierte en una especie de ritual diario, de costumbre y, al mismo tiempo sigue siendo una declaración de rebeldía e insumisión que busca sorprender e innovar.

Pero justo en este deseo radica uno de los mayores peligros de la protesta – convertirse en un espectáculo autocontemplativo en vez de ser un medio para el empoderamiento ciudadano.

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